La dermatitis atópica (DA) es una enfermedad inflamatoria
crónica de la piel bien conocida, cuyo síntoma principal es el prurito intenso
y que puede afectar a personas de cualquier edad, aunque es mucho más prevalente
en población pediátrica (con estimaciones que indican que entre el 15 y 30% de
los niños padecen DA en mayor o menor grado), mientras que la incidencia en
adultos es mucho menor. La DA en los pacientes pediátricos se asocia a menudo
con una serie de comorbilidades, que incluyen el asma y la rinitis alérgica y,
además, se cree que los trastornos psiquiátricos y psicológicos son más
prevalentes en esta población. Se ha constatado una mayor incidencia de
problemas como el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDHA) y
la depresión. Todo ello deteriora de manera significativa la calidad de vida de
estos pacientes, especialmente en los casos más graves.
El panorama del tratamiento de la dermatitis atópica está
cambiando en los últimos años a una velocidad de vértigo, con la aparición de
fármacos biológicos y los inhibidores de la Janus quinasa (JAK) para los casos
más graves. Y aunque cada vez se tienen más en cuenta los resultados informados
por los pacientes (PROMs), que no siempre se correlacionan con los observados por
los médicos, nos falta información del impacto de la enfermedad en el paciente
desde un punto de vista multidimensional, costes indirectos y utilización de
los recursos sanitarios en España. Por eso me ha parecido interesante traer
aquí dos artículos que se acaban de publicar: el estudio MEASURE-AD (J. F.
Silvestre, publicado en Actas Dermo-Sifiliográficas en 2025) y este otro aún en
prensa, de la misma revista, centrado en pacientes pediátricos y publicado por
A. Torrelo.
El artículo de Silvestre se centra en el estudio MEASURE-AD,
que es un estudio transversal y multicéntrico en el que se incluyeron pacientes
con DA moderada y grave, mayores de 12 años, reclutados de manera consecutiva
durante 6 meses, que estaban recibiendo o eran candidatos a tratamiento sistémico,
clasificándolos en función del tipo de tratamiento y la gravedad de la enfermedad
(EASI) y recogiendo diferentes cuestionarios, calculando también los gastos
directos. Este análisis publicado está integrado por 95 pacientes, con una
mediana de edad de 29 años, siendo el 50,5% varones. El 54% de los pacientes tenían
un EASI > 21 y el 43% seguían en el momento de su inclusión un tratamiento
biológico. La gravedad de la DA se asoció a puntuaciones más altas en la escala
HADS-A y DLQI. Un 19% de los pacientes acudieron a visitas que no estaban
programadas durante el periodo estudiado. La media mensual de gastos directos
relacionados con la atención médica fue de 45€, lo que representa un gasto anual
de > 500€. Si se añadía el gasto derivado de productos de cuidado personal,
el promedio anual por paciente ascendía a casi 1.000€. Un 57% de los pacientes
manifestaron que su tratamiento actual no controlaba su DA de manera suficiente
y no se encontraban satisfechos (2 de cada 3 pacientes en terapia biológica sí
decían estar bien controlados con el tratamiento). Todo ello (y mucho más, si
os leéis el artículo), pone de manifiesto la carga multidimensional que tiene
la enfermedad, sobre todo en lo que se refiere a la salud mental.
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Un mes después de iniciar el tratamiento |
¿Y qué dice el artículo de Torrelo? En este caso lo que se hace
es una revisión sistemática de estudios observacionales de la carga tanto
humana como económica en pacientes pediátricos con DA en los últimos 10 años, incluyéndose
finalmente 11 publicaciones bastante heterogéneas. En general, el grupo de edad
más representado fue el de 2 a 15 años, pero sólo un informe (realizado entre
2000 y 2017) mostró datos sobre el uso de recursos de atención especializada y
costes asociados en pacientes pediátricos (< 5 años). Los costes médicos
directos anuales medios por pacientes se estimaron en 2.310€ y se mantuvieron
estables durante la primera mitad del periodo del estudio, observándose un
aumento importante entre 2009 y 2010 de hasta 4.000€ por paciente y año,
volviendo a disminuir posteriormente a 2.500€ aproximadamente.
Bueno, aunque está feo hablar de dinero, es importante
conocer cómo las diferentes enfermedades suponen una carga también económica
para nuestros pacientes y sus familias. Y eso que vivimos en un país donde el
paciente que lo necesita no paga nada por los medicamentos más innovadores y por
la atención médica (que sí, que lo pagamos entre todos), porque si no esas
cifras se dispararían de manera disparatada.
Os preguntaréis qué pasó con Paolo. Después de un intento de
tratamiento con ciclosporina A (sin éxito), se inició tratamiento con un
biológico. Un año más tarde, se encuentra mucho más controlado, con algún
episodio de dermatitis, sobre todo facial, que controla con corticoides tópicos.
Y por primera vez desde que recuerda, es capaz de dormir del tirón toda la
noche.
¡Hasta el sábado! Parece mentira, pero he pasado de poner vídeos cortitos al final de cada entrada a poner otros eternos. Pero al menos las imágenes son chulas.
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