19 abril 2025

Fiebre, ronchas y ganglios

Para una vez que conseguía cita en dermatología en pocos días, y ya no tenía nada. Una vez más, imperaba la Ley de Murphy y la tostada volvía a caer del lado de la mantequilla. Pero Murphy no contaba con la cámara del móvil de nuestra paciente, quien tuvo la buena idea de hacerse fotos en casa cuando tenía las ronchas en la piel. En realidad, Ascensión no tenía ni idea de si eran o no importantes, pero llevaba ya un mes encontrándose mal, con fiebre vespertina (de hasta 39ºC) que se acompañaba de dolor de garganta, un cansancio que no era normal y dolores articulares en las muñecas y en los tobillos. Durante los brotes de fiebre, todos los síntomas, incluidas las lesiones cutáneas, empeoraban. Lo había consultado en una ocasión con su médico, al principio de todo, pero en el momento de la consulta se encontraba mejor, aunque le solicitó una analítica en la que se objetivaba una anemia normocítica normocrómica, una elevación (leve) de las transaminasas y una elevación de la proteína C reactiva y LDH. Pero su médico no llegó a ver los resultados, ya que al cabo de un par de semanas fue directa a urgencias en pleno episodio febril y, tras pasar la noche en el hospital, salió de allí con una cita en dermatología. Ya en la consulta se completó la analítica y os adelanto que, además de repetirse las alteraciones ya observadas en la anterior, la ferritina se encontraba muy elevada, las serologías de virus B y C y Epstein-Barr fueron negativas, el perfil de autoinmunidad fue normal (incluyendo factor reumatoide y ANA) y tampoco había alteraciones en el proteinograma ni en la determinación de inmunoglobulinas.


Cuando la exploramos, además de lo que nos mostraba en las fotos (que son las que ilustran este post, pero que el día de la consulta apenas se veían), tenía además unas lesiones papulosas eritematosas en codos y brazos que le picaban, de aspecto bastante inespecífico y también pudimos palparle adenopatías látero-cervicales de predominio izquierdo. No presentaba lesiones palmo-plantares ni tampoco en mucosa oral y en ese momento, no tenía fiebre. A todo esto, Ascensión es una paciente de 51 años, sin ningún antecedente médico relevante hasta la fecha.

Esto es todo lo que os puedo explicar de momento. Bueno, y que este no es un caso mío, sino de los compañeros del Hospital Universitario San Juan de Alicante, así que de entrada agradezco a Lucía García Sirvent, residente de 4º año en ese hospital, la amabilidad por haber cedido este caso tan ilustrativo de una patología que explicaremos la semana próxima. Espero vuestros comentarios, seguro que más de uno ya le ha puesto nombre a la enfermedad de Ascensión. Y mientras, que terminéis de pasar una feliz Semana Santa.

Mientras, os dejo con este vídeo de buceo en Bonaire, en pleno Caribe.

12 abril 2025

Escorbuto en el siglo XXI

Hablar de escorbuto en pleno siglo XXI suena un poco extraño. Y, sin embargo, las enfermedades carenciales no son tan raras en nuestro ámbito. En este caso, el déficit de vitamina C (ácido ascórbico) es la causa del escorbuto, enfermedad conocida desde la antigüedad, caracterizada por sus manifestaciones cutáneas, que a menudo son la clave para su diagnóstico.

En la historia el escorbuto ha tenido un papel destacado, ya desde los egipcios. Los exploradores europeos del Renacimiento fueron devastados por esta enfermedad y fue una de las principales causas de mortalidad durante la gran hambruna irlandesa, la Guerra Civil americana, la exploración del Polo Norte y la fiebre del oro en California. Fue el Capitán James Cook uno de los primeros en demostrar que los marineros que pasaban meses en el mar podían evitar el escorbuto con una dieta rica en vegetales. Pero fue James Lind, un cirujano naval británico, quien publicó estudios que terminaron demostrando la relación entre la alimentación y el escorbuto. Más adelante (1928-1931), Albert Szent-Györgyi aisló un compuesto llamado ácido hexurónico a partir de alimentos como la col, las naranjas, el pimentón y las glándulas suprarrenales. Este compuesto fue renombrado como vitamina C.

Las fuentes de vitamina C incluyen los cítricos, kiwis, tomates, patatas, coles de Bruselas, coliflor, brócoli, fresas, pimientos, mango, papaya, repollo y espinacas, entre otros. La cantidad de vitamina C disponible en los alimentos depende en gran medida de su preparación, ya que las condiciones oxidativas pueden destruir esta vitamina activa. La leche materna es una fuente adecuada de ácido ascórbico para los recién nacidos y lactantes.

Púrpura perifolicular característica del escorbuto

El ácido ascórbico es la forma enólica de una alfa-cetolactona con una estructura muy parecida a la glucosa, lo que permite que actúe como un antioxidante muy eficaz, ayudando a proteger las células de los radicales libres. Se absorbe en el intestino delgado distal, y las dosis dietéticas habituales de hasta 100 mg al día se absorben casi por completo, pero a medida que las concentraciones en la dieta aumentan la absorción es menor (dosis mayores a 1g al día pueden resultar en tasas de absorción inferiores al 50%). Las concentraciones en la sangre se regulan por el riñón (o sea que, si nos pasamos, tendremos una orina muy antioxidante).

El ácido ascórbico es un agente reductor biológico reversible (donador de electrones), lo que lo hace crucial para mantener la actividad de varias enzimas que dependen de hierro y cobre. Este papel como agente reductor es clave en procesos enzimáticos, como la síntesis de colágeno, que es fundamental para la reparación y mantenimiento de tejidos, así como en el metabolismo de ciertos neurotransmisores. Además, su capacidad antioxidante protege las células frente al daño oxidativo.

Los niveles de vitamina C en plasma y leucocitos son los principales métodos para su evaluación, mediante cromatografía líquida de alta resolución.

El ácido ascórbico es un nutriente esencial en la dieta de todos los primates. La deficiencia clínica conocida como escorbuto se debe principalmente a la síntesis defectuosa de colágeno y a alteraciones en el tejido conectivo. El diagnóstico puede realizarse clínicamente, basándose en un historial de ingesta insuficiente de vitamina C y en la presencia de síntomas típicos.

Las manifestaciones más específicas del escorbuto pueden aparecer al cabo de tres meses después de una ingesta deficiente y mantenida de vitamina C. Consisten en una púrpura perifolicular, acompañadas de petequias y pelos enrollados que ofrecen una imagen dermatoscópica muy característica. Otros síntomas comunes incluyen equimosis, gingivitis (con encías sangrantes y retraídas, además de caries), síndrome de Sjögren, artralgias, edemas, anemia y cicatrización deficiente de heridas. Las lesiones hemorrágicas en la piel son inicialmente planas, pero pueden confluir y volverse palpables, especialmente en las extremidades inferiores, pudiendo confundirse con una vasculitis.

Esta dermatoscopia es inequívoca de escorbuto

El dolor musculoesquelético, que puede ser importante, se debe a menudo a hemorragias en los músculos o en el periostio. En casos pediátricos documentados, un síntoma de presentación del escorbuto puede ser una cojera aguda. Este síntoma ha sido observado en niños que padecen malnutrición severa debido a inseguridad alimentaria, negligencia o trastornos alimentarios, como el trastorno de ingesta alimentaria evitativa/restrictiva o la anorexia nerviosa, así como pacientes oncológicos. Una revisión sistemática reportó que, en más del 90% de 86 niños con escorbuto, los síntomas musculoesqueléticos (dolor en las extremidades inferiores, cojera, artritis o negativa a caminar) estaban presentes, y aproximadamente un tercio de ellos presentó cojera.

Los síntomas sistémicos del escorbuto incluyen debilidad, malestar general, hinchazón de las articulaciones, artralgias, anorexia, depresión, neuropatía e inestabilidad vasomotora. También se han reportado síntomas cardiorrespiratorios como disnea, hipotensión y muerte súbita, los cuales se atribuyen a una respuesta vasomotora alterada. En la resonancia magnética, los hallazgos característicos incluyen bandas metafisarias escleróticas y radiolúcidas, con reacción perióstica y edema de los tejidos blandos adyacentes.

Los síntomas del escorbuto suelen manifestarse cuando la concentración plasmática de ácido ascórbico es inferior a 0,2 mg/dL (11 micromoles/L). La ingesta reciente de vitamina C puede normalizar las concentraciones plasmáticas de ácido ascórbico, incluso si los niveles tisulares aún son deficientes. Por esta razón, la medición del ácido ascórbico en leucocitos es una mejor herramienta para evaluar las reservas corporales, aunque este examen no está ampliamente disponible.

En los Estados Unidos, la deficiencia de ácido ascórbico se presenta principalmente en personas con desnutrición severa, trastornos por consumo de drogas y alcohol, aquellos que se han sometido a cirugía bariátrica o que viven en condiciones de pobreza o con dietas exentas de frutas y vegetales. En pacientes mayores, institucionalizados o con enfermedades crónicas, el escorbuto puede surgir debido a una ingesta dietética inadecuada. También se ha documentado en niños con trastorno del espectro autista que siguen dietas altamente selectivas, carentes de frutas y verduras, en residentes de campos de refugiados y en niños con sobrecarga de hierro debido a enfermedades como la drepanocitosis (anemia falciforme) o talasemia, o con antecedentes de trasplante de médula ósea. La sobrecarga de hierro puede precipitar el escorbuto, ya que los depósitos férricos aceleran el catabolismo del ácido ascórbico.

El tratamiento para el escorbuto consiste en la suplementación con vitamina C y en revertir las condiciones que llevaron a la deficiencia. Se ha utilizado con éxito una amplia gama de dosis de reemplazo. Para niños, se recomiendan dosis de 100 mg de ácido ascórbico administradas tres veces al día (por vía oral, intramuscular o intravenosa) durante una semana, y luego una vez al día durante varias semanas hasta que el paciente se recupere por completo. En adultos, generalmente se administran entre 300 y 1000 mg al día durante un mes. Muchos de los síntomas constitucionales comienzan a mejorar dentro de las primeras 24 horas de tratamiento. Las equimosis (moretones) y el sangrado gingival suelen resolverse en unas pocas semanas.

La ingesta dietética recomendada de vitamina C varía según la edad y las necesidades específicas. Para los niños, va de 15 a 45 mg al día; para la mayoría de las mujeres, es de 75 mg al día; y para los hombres, 90 mg al día. Las mujeres embarazadas o lactantes y los adultos mayores pueden requerir hasta 120 mg al día. Estos valores están basados en la cantidad mínima necesaria para prevenir el escorbuto.

Nuestra paciente tenía un escorbuto. No padecía ningún trastorno de la alimentación tipo anorexia, ni era una paciente oncológica, pero llevaba muchos meses sin incorporar una sola verdura o fruta a su dieta, así que sus niveles de vitamina C estaban por los suelos. Esos pelos enrocados que se veían tan bien al dermatoscopio eran muy sugestivos del escorbuto. Algunas enfermedades se curan con naranjas y si la vida no te da limones, pues te los compras. Bueno, a Úrsula también le dimos suplementos de vitamina C porque interesaba subir los niveles rápidamente. Sigue comiendo hamburguesas, pero con ensalada y fruta de postre.

Nos vemos el sábado. Pero no sin antes agradecer de nuevo a Fernando Cabo, compañero dermatólogo y amigo, el habernos prestado estas imágenes para el blog.

Y hoy no puedo despedirme poniendo otra cosa que no sea una canción de Eskorbuto. Por los viejos tiempos, "Cerebros Destruidos".

05 abril 2025

Unos puntitos rojos en las piernas

Úrsula era una mujer muy ocupada. Autónoma, dueña de dos hamburgueserías que funcionaban como un tiro, a veces no tenía tiempo ni para comer (menos mal de las smash burgers). Así que lo de ir al médico, era ya de nota. Pero cuando le empezaron a salir una especie de “puntitos rojos” en las dos piernas se preocupó. Con crema hidratante no mejoraron y, aunque no le molestaban en absoluto, cada vez le iban a más e incluso se había visto alguno en los brazos. Úrsula se encontraba razonablemente bien. A sus 49 años se consideraba una persona sana, no tomaba medicamentos ni suplementos de ningún tipo y, aunque admitía que su alimentación dejaba mucho que desear y estaba muy cansada, lo atribuía al estrés de llevar el negocio. Pero finalmente la preocupación pudo más que la “ocupación” y encontró un momento para acudir al dermatólogo. Úrsula tuvo bastante suerte, ya que terminó en la consulta del Dr.Fernando Cabo, uno de los mejores clínicos que conozco, a quien le bastaron 30 segundos y una pregunta para saber qué le pasaba a su paciente. El resto de consulta se lo pasó buscando en Google qué narices era una “smash burger”.

Así que os dejo con una sola imagen de esas lesiones tan curiosas en una de las piernas de Úrsula y toda una semana para pensar en posibles diagnósticos. El próximo sábado resolveremos el misterio, que seguramente sorprenderá a más de uno. Mientras, volvemos a sumergirnos en el arrecife.

29 marzo 2025

Nevus acrales: entre surcos y crestas

Los nevus melanocíticos acrales congénitos están ya presentes desde el nacimiento o en los primeros meses de vida y, a diferencia de los nevus acrales adquiridos, pueden ser de un diámetro mayor y mostrar cierta asimetría y variedad de colores así que, sin tener en cuenta el contexto, pueden asustar un poco más. Además, no es extraño que evolucionen rápidamente, sobre todo antes de los 14 años de edad, lo que puede conducir a sospechar que estemos ante una lesión maligna, pero lo más normal es que evolucionen de un patrón benigno a otro (también benigno). Afortunadamente, los melanomas lentiginosos acrales son excepcionales en la infancia, lo cual no quiere decir que no estén descritos.

Imagen dermatoscópica. ¿Veis los acrosiringios?

Como siempre, la dermatoscopia va a ser nuestra herramienta más útil para valorar este tipo de lesiones que, históricamente, han tenido bastante “mala fama”. Hace ya unos años que revisamos la dermatoscopia de los nevus melanocíticos acrales (lo podéis refrescar en este enlace) y ya quedó claro que estructuralmente, las características y el grosor de la piel de palmas y plantas otorga unas peculiaridades específicas a los nevus de estas localizaciones, que tendremos que conocer para no extirpar lesiones de manera innecesaria en una localización tan complicada y poco agradecida tras cualquier acto quirúrgico.

Los hallazgos dermatoscópicos en los nevus acrales congénitos suelen corresponder a los diferentes patrones de benignidad, aunque el patrón globular es más frecuente respecto a las lesiones adquiridas en esa localización. A menudo, puntos o glóbulos se distribuyen linealmente a lo largo de los surcos (o de las crestas). El patrón más prevalente es la combinación del patrón paralelo al surco y los patrones punteados de la cresta, en una imagen que se ha acuñado como “patrón de guisantes en una vaina” (o algo así). Incluso se puede observar (raramente) patrón paralelo a la cresta en este tipo de lesiones benignas (que en otro contexto nos estarían indicando que estamos ante un melanoma lentiginoso acral).

Recordemos que, si tenemos dudas de si estamos viendo surcos o crestas, esos puntitos blancos que podemos observar en la piel de palmas y plantas corresponden a los acrosiringios, que siempre se localizan en la cresta.

En la lesión de Iago, el refuerzo se apreciaba claramente en los surcos, así que se trataba de un patrón paralelo al surco y, aunque la lesión medía más de 1 cm, el hecho de estar presente desde el nacimiento y su estabilidad nos permitieron tranquilizar a los padres.

Hoy nos despedimos con este vídeo de Ecuador, con unos paisajes espectaculares.

22 marzo 2025

Un lunar muy negro en el pie

En verano, cuando va descalzo por la playa, Iago siempre bromea con sus amigos diciendo que ha pisado un pedazo de alquitrán. Pero en invierno la mancha sigue ahí, en la planta del pie izquierdo, y aunque la tiene desde que nació y crece muy lentamente, la localización y el tamaño preocupan a sus padres, de modo que han consultado de nuevo al pediatra quien, en esta ocasión, ha remitido a Iago a la consulta de dermatología.

El lunar "alquitranado"

Iago es un niño de 11 años, por lo demás sano, sin alergias y sin antecedentes en su familia de cáncer de piel. Tiene otros lunares por el cuerpo, pero el que más llama la atención es el de la planta del pie. Los padres han oído decir que los lunares en las palmas y en las plantas son especialmente peligrosos, y por eso se han preocupado.

Y a vosotros, ¿qué os parece? ¿Podemos tranquilizar a los padres y a nuestro joven paciente, o pedimos el comodín del dermatoscopio?

Me temo que tendréis que esperar al próximo sábado, pero mientras tanto, quedo pendiente de vuestros comentarios.

Hoy os dejo con uno de esos vídeos interminables de criaturas marinas, pero de las que viven muy profundamente. ¡Hasta el sábado!

15 marzo 2025

Manchas en vino de Oporto y síndrome de Sturge-Weber

Bienvenidos al apasionante mundo de las anomalíasvasculares, cuya nomenclatura y terminología no ha ayudado mucho a su comprensión, con conceptos y nombres acuñados en el siglo XIX. Afortunadamente, en la década de los 90, la clasificación realizada por la Sociedad Internacional para el Estudio de las Anomalías Vasculares (ISSVA) contribuyó a aclarar las cosas, dividiéndolas en dos grandes grupos: los tumores y las malformaciones vasculares (MV). Mientras que los tumores se consideraban crecimientos adquiridos proliferantes de vasos recién formados, las MV constituían anomalías congénitas de vasos dismórficos no proliferantes, lo que permitió un mejor abordaje clínico y terapéutico. Claro que, con el paso del tiempo, la comunidad científica, como recuerda nuestro buen amigo Ángel Fernández Flores en este interesantísimo artículo de ActasDermo-Sifiliográficas, ese enfoque dual no resultó tan apropiado como inicialmente se pensó, y es que las MV pueden proliferar (y las MV, al ser debidas a mutaciones somáticas postcigóticas, están formadas por células clonales, así que conceptualmente no estarían tan alejadas de los tumores). Aún así, sigue siendo la mejor clasificación que tenemos.

Hace no demasiado tiempo ya revisamos la clasificación de la ISSVA en este post, así que hoy nos centraremos en la lesión de Laia que presentaba ya en el momento de nacer y que, como todos habréis adivinado, se correspondía a lo que se sigue denominando como “mancha en vino de Oporto” (MVO) o “nevus flammeus”, que son (después del “nevus simple” o “mancha salmón”), el segundo tipo de malformación capilar más frecuente, con una incidencia de 3 por cada 1.000 recién nacidos. A diferencia de las manchas salmón, son persistentes y tienden a oscurecerse con los años, volviéndose más gruesas y pudiendo ocasionar sobrecrecimiento de la región afecta. El diagnóstico es clínico, y son debidas a mutaciones somáticas en GNAQ. Es una mancha ya presente en el nacimiento, de tamaño variable, normalmente lateralizada (pero puede ser bilateral) y de color que va de rosa pálido a más purpúrico. Se puede confundir con una mancha salmón, que es una malformación capilar de color rosa, mal delimitada, en la zona central de la frente, philtrum, párpados superiores, vértex o nuca. Su localización más lateralizada, color más intenso y límites bien delimitados, permiten en la mayor parte de los casos, diferenciarla de la mancha salmón.

Esta lesión, en cambio, se corresponde a una "mancha salmón"

Realizar un correcto diagnóstico de una mancha en vino de Oporto (somos nostálgicos y seguimos utilizando esta terminología tan clásica) es relevante, ya que esta lesión es un marcador del síndrome de Sturge-Weber (SSW), un trastorno neurocutáneo que, en su forma completa asocia una malformación capilar facial, glaucoma y angioma leptomeníngeo. Su incidencia se estima en 1 de cada 20.000-50.000 recién nacidos vivos, y hay quien emplea el nombre de Sturge-Weber para referirse a formas incompletas con dos de sus manifestaciones. Así, estas angiomatosis encefalofaciales se clasifican, según la escala de Roach, en tres tipos: tipo I (con MVO facial y angiomatosis leptomeníngea, con o sin glaucoma, que correspondería al SSW clásico), tipo II (la más frecuente, con MVO facial sin afectación leptomeníngea, con o sin glaucoma) y tipo III (con solo angiomatosis leptomeníngea). Embriológicamente todo esto se podría explicar como resultado de un fallo en la regresión del plexo venoso cefálico primitivo. No fue hasta 2013 cuando se identificó la mutación responsable en el gen GNAQ, en el cromosoma 9. Esta revisión (2017) de E.Higueros publicada en Actas DS es muy completa y, aunque la resumiré brevemente, os recomiendo leer el artículo completo.

Bueno, pues el riesgo de que una malformación capilar facial (MVO) asocie afectación leptomeníngea u ocular va a depender principalmente de su extensión y localización. Las malformaciones que se localizan en la zona frontal tienen un mayor riesgo que las que lo hacen en la parte inferior de la cara. Hasta la fecha los estudios que se han realizado para establecer el riesgo de esta asociación lo han dividido considerando las áreas de inervación sensitiva del nervio trigémino (V par craneal): la rama frontal (V1), la maxilar (V2) y la mandibular (V3). Todos ellos coinciden en señalar que las MVO que afectan a V1 o las que son bilaterales y extensas son las que tienen un mayor riesgo de problemas extracutáneos. Así, se estima que las MVO sobre V1 conllevan un riesgo de glaucoma o afectación leptomeníngea del 8-15%, mientras que, si la afectación es bilateral o afecta varias ramas, sube hasta el 28%. En cambio, cuando se afectan V2 o V3 el riesgo es muy bajo (nulo, según algunos autores, y del 2% según otros, considerando sólo V2). Esta clasificación de las MVO basada en las áreas de inervación del trigémino ha desatado mucha controversia, ya que en realidad no es exacta, pero nos sirve para estratificar a los pacientes.

Además, las MVO pueden desarrollar en un 60% hipertrofia de tejidos blandos, en casi un 14% hipertrofia ósea y en un 43% la formación de nódulos proliferativos o ectásicos. La edad a la que suelen empezar estos cambios, cuando aparecen, es a los 9 años y el segmento V2 es el que presenta hipertrofia con mayor frecuencia. Todo esto conlleva una mala oclusión y una mayor exposición dental, lo que puede conducir a una deformidad facial significativa, con todo lo que conlleva.

Pero no nos engañemos. Por mucho que llame la atención, lo que de verdad nos preocupa ante una MVO es la posibilidad de presentar manifestaciones neurológicas: la malformación leptomeníngea capilar-venosa, que suele ser ipsilateral a la MVO (a veces bilateral) y por lo general, afecta el lóbulo occipital, occípito-parietal y, a veces, a todo el hemisferio. Sus principales manifestaciones clínicas son convulsiones (75-90%), hemiparesia lentamente progresiva (25-60%), cefaleas vasculares de tipo migrañoso (30-45%), retraso en el desarrollo neuropsicológico (50-60%), episodios parecidos a eventos cerebro-vasculares y problemas de conducta. En el 75% de los pacientes con afectación cerebral las convulsiones se presentan ya en el primer año de vida, y en el 90% dentro de los dos primeros años, de ahí la importancia de detectarlo precozmente.

Pero las manifestaciones oculares también son muy importantes, y la malformación vascular en el ojo puede afectar la conjuntiva, la epiesclera, la retina y la coroides, pudiendo desembocar en atrofia óptica y ceguera. El glaucoma es una de las manifestaciones más frecuentes, que afecta al 30-70% de pacientes. Suele ser unilateral, del mismo lado que la MVO, aunque no siempre es así. Puede ser congénito o tardío. El hemangioma coroideo está presente en el 40-50% de los pacientes con SSW. Se han descrito otras anomalías menos frecuentes, como la heterocromía del iris, hemianopsia homónima, facomatosis pigmento-vascular, neovascularización del iris y coroides y luxación del cristalino.

Además, los pacientes con SSW pueden presentar una disfunción hipotálamo-hipofisaria, con déficit de hormona de crecimiento e hipotiroidismo central.

Ya hemos dicho que el diagnóstico de MVO es relativamente sencillo en la mayoría de los casos. El SSW debe sospecharse en pacientes con MVO en la región frontal (V1). En estos pacientes debe realizarse una revisión oftalmológica y una resonancia magnética con contraste con el fin de realizar un diagnóstico temprano y reducir las complicaciones oculares y cerebrales. Aunque esto también es controvertido, ante la presencia de falsos negativos y porque no todos los pacientes con afectación leptomeníngea van a desarrollar convulsiones (10%). Sin embargo, en general la tendencia es a realizar estos estudios de imagen. La angiomatosis leptomeníngea puede ser difícil de visualizar antes de los 3 meses de edad, por lo que se recomienda realizar la RM entre los 3 y 6 meses. En el caso de que veamos al paciente con más de 2 años de edad (esas cosas pasan) es más discutible la necesidad de completar el estudio con RM en un paciente asintomático, ya que es poco probable que presente convulsiones si no las ha tenido previamente. Se recomienda evaluación oftalmológica cada 3 meses hasta el año de edad y luego anualmente. Si la RM es normal y se ha realizado antes de los 2 años, se recomienda repetir al año de edad o si hay síntomas neurológicos. Si la RM en mayores de 2 años es normal, no hay indicación para repetirla si el niño está asintomático.

Respecto al tratamiento del SSW éste incluye anticonvulsivantes (en menores de 2 años con RM alterada), tratamiento sintomático y profiláctico para el dolor de cabeza, tratamiento del glaucoma cuando esté presente y terapia láser para la MVO. El tratamiento con láser de colorante pulsado (PDL) es el tratamiento de elección para la MVO facial. Suelen ser necesarias entre 7 y 15 sesiones para conseguir el aclaramiento de las lesiones y raramente se consigue la desaparición completa de las mismas. Por lo general las MVO en la frente responden mejor que las de V2 o V3 y todos los expertos tienen claro que las respuestas son mejores si el tratamiento se realiza en la infancia que en la edad adulta. Algunos estudios han demostrado mejores respuestas asociando rapamicina (tanto tópica como oral), pero no es una práctica generalizada.

No vamos a profundizar en el tratamiento neurológico de estos pacientes, pero sí remarcar que se ha planteado el uso de aspirina como tratamiento profiláctico del deterioro neurológico en pacientes con SSW. El pronóstico de estos pacientes depende de la edad de inicio de los síntomas neurológicos (con peor pronóstico si el inicio es más precoz).

En definitiva, si tenemos pacientes con MVO en la región frontal, hay que ponerse en marcha, porque no es sólo un problema de la piel. Afortunadamente el caso de Laia sí que se limitaba a la piel (MVO en V2) y no tenía ninguna otra sintomatología, así que consensuamos con la paciente y su familia derivarla a otro centro para poder realizarle tratamiento con láser, aunque no disponemos de seguimiento.

Hoy nos despedimos con un vídeo de las cristalinas aguas de Raja Ampat, uno de los destinos que tengo pendientes...

08 marzo 2025

Una mancha roja de nacimiento

Se llama Laia, tiene 8 años y nació con esa mancha en la cara. Se trataba de una mancha roja, bien delimitada, que afectaba sólo la hemicara derecha (mejilla, párpado inferior, cara lateral derecha de la nariz, parte del párpado superior y el labio superior derecho). No tiene ninguna otra mancha similar en otras localizaciones y Laia ha crecido sana y con normalidad, es la más lista de la clase y, aunque esa mancha es bastante llamativa y visible, afortunadamente no le supone ningún problema en el cole, más allá de tener que dar alguna que otra explicación cuando se relaciona con personas desconocidas. Nadie más en su familia tiene ninguna mancha parecida y no le pica ni le ocasiona ninguna molestia.

Cuando nació les dijeron a sus padres que quizá se iría desvaneciendo con los años, pero en realidad eso no había sucedido y la mancha roja seguía allí, impasible al paso del tiempo. Sus padres empezaban a preocuparse de que, en un futuro, esa mancha pudiera condicionarla de alguna manera, así que habían hablado con su pediatra, quien la derivó a dermatología. En el volante ponía “angioma plano”.

Y a vosotros, ¿Qué os parece? ¿Es un angioma? Porque en lo de “plano” estamos de acuerdo, ¿no? Tenéis toda una semana para pensarlo, aunque esta semana es facilito. El próximo sábado volveremos a estar por aquí con la respuesta. Mientras, os dejo con este documental de los fiordos noruegos.

01 marzo 2025

Dermatitis atópica: más allá de la piel

La dermatitis atópica (DA) es una enfermedad inflamatoria crónica de la piel bien conocida, cuyo síntoma principal es el prurito intenso y que puede afectar a personas de cualquier edad, aunque es mucho más prevalente en población pediátrica (con estimaciones que indican que entre el 15 y 30% de los niños padecen DA en mayor o menor grado), mientras que la incidencia en adultos es mucho menor. La DA en los pacientes pediátricos se asocia a menudo con una serie de comorbilidades, que incluyen el asma y la rinitis alérgica y, además, se cree que los trastornos psiquiátricos y psicológicos son más prevalentes en esta población. Se ha constatado una mayor incidencia de problemas como el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDHA) y la depresión. Todo ello deteriora de manera significativa la calidad de vida de estos pacientes, especialmente en los casos más graves.

El panorama del tratamiento de la dermatitis atópica está cambiando en los últimos años a una velocidad de vértigo, con la aparición de fármacos biológicos y los inhibidores de la Janus quinasa (JAK) para los casos más graves. Y aunque cada vez se tienen más en cuenta los resultados informados por los pacientes (PROMs), que no siempre se correlacionan con los observados por los médicos, nos falta información del impacto de la enfermedad en el paciente desde un punto de vista multidimensional, costes indirectos y utilización de los recursos sanitarios en España. Por eso me ha parecido interesante traer aquí dos artículos que se acaban de publicar: el estudio MEASURE-AD (J. F. Silvestre, publicado en Actas Dermo-Sifiliográficas en 2025) y este otro aún en prensa, de la misma revista, centrado en pacientes pediátricos y publicado por A. Torrelo.

El artículo de Silvestre se centra en el estudio MEASURE-AD, que es un estudio transversal y multicéntrico en el que se incluyeron pacientes con DA moderada y grave, mayores de 12 años, reclutados de manera consecutiva durante 6 meses, que estaban recibiendo o eran candidatos a tratamiento sistémico, clasificándolos en función del tipo de tratamiento y la gravedad de la enfermedad (EASI) y recogiendo diferentes cuestionarios, calculando también los gastos directos. Este análisis publicado está integrado por 95 pacientes, con una mediana de edad de 29 años, siendo el 50,5% varones. El 54% de los pacientes tenían un EASI > 21 y el 43% seguían en el momento de su inclusión un tratamiento biológico. La gravedad de la DA se asoció a puntuaciones más altas en la escala HADS-A y DLQI. Un 19% de los pacientes acudieron a visitas que no estaban programadas durante el periodo estudiado. La media mensual de gastos directos relacionados con la atención médica fue de 45€, lo que representa un gasto anual de > 500€. Si se añadía el gasto derivado de productos de cuidado personal, el promedio anual por paciente ascendía a casi 1.000€. Un 57% de los pacientes manifestaron que su tratamiento actual no controlaba su DA de manera suficiente y no se encontraban satisfechos (2 de cada 3 pacientes en terapia biológica sí decían estar bien controlados con el tratamiento). Todo ello (y mucho más, si os leéis el artículo), pone de manifiesto la carga multidimensional que tiene la enfermedad, sobre todo en lo que se refiere a la salud mental.

Un mes después de iniciar el tratamiento

¿Y qué dice el artículo de Torrelo? En este caso lo que se hace es una revisión sistemática de estudios observacionales de la carga tanto humana como económica en pacientes pediátricos con DA en los últimos 10 años, incluyéndose finalmente 11 publicaciones bastante heterogéneas. En general, el grupo de edad más representado fue el de 2 a 15 años, pero sólo un informe (realizado entre 2000 y 2017) mostró datos sobre el uso de recursos de atención especializada y costes asociados en pacientes pediátricos (< 5 años). Los costes médicos directos anuales medios por pacientes se estimaron en 2.310€ y se mantuvieron estables durante la primera mitad del periodo del estudio, observándose un aumento importante entre 2009 y 2010 de hasta 4.000€ por paciente y año, volviendo a disminuir posteriormente a 2.500€ aproximadamente.

Bueno, aunque está feo hablar de dinero, es importante conocer cómo las diferentes enfermedades suponen una carga también económica para nuestros pacientes y sus familias. Y eso que vivimos en un país donde el paciente que lo necesita no paga nada por los medicamentos más innovadores y por la atención médica (que sí, que lo pagamos entre todos), porque si no esas cifras se dispararían de manera disparatada.

Os preguntaréis qué pasó con Paolo. Después de un intento de tratamiento con ciclosporina A (sin éxito), se inició tratamiento con un biológico. Un año más tarde, se encuentra mucho más controlado, con algún episodio de dermatitis, sobre todo facial, que controla con corticoides tópicos. Y por primera vez desde que recuerda, es capaz de dormir del tirón toda la noche.

¡Hasta el sábado! Parece mentira, pero he pasado de poner vídeos cortitos al final de cada entrada a poner otros eternos. Pero al menos las imágenes son chulas.